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El fracaso de la selección peruana: último lugar, cero goles y una dirigencia que hunde al fútbol nacional

La selección peruana de fútbol ha tocado fondo. Tras 17 fechas disputadas en las Eliminatorias rumbo al Mundial 2026, ocupa el último lugar de la tabla, con la peor estadística ofensiva: no marcó un solo gol de visita y es el equipo con menos tantos de toda la competencia. El martes 9, frente a Paraguay, podría sellar oficialmente la peor campaña en la historia reciente del balompié nacional.

Pero el verdadero problema no está solo en la cancha. El desastre deportivo refleja un colapso institucional dentro de la Federación Peruana de Fútbol (FPF). Bajo la presidencia de Agustín Lozano, la FPF ha demostrado un manejo plagado de improvisación, amiguismo y falta de transparencia.

La incorporación de Jean Ferrari a la estructura dirigencial es el ejemplo más claro de esa política de contrataciones por amistades y favores, antes que por mérito y experiencia comprobada. La selección no puede sostenerse con improvisados ni con dirigentes que priorizan sus intereses personales sobre el futuro del fútbol peruano.

A todo esto se suma un gasto millonario que no se traduce en resultados. Dinero que se justifica en nombre de la selección, pero que termina diluyéndose en una administración ineficaz. Mientras tanto, miles de peruanos cuestionan cómo esos recursos podrían invertirse en educación, nutrición infantil o la lucha contra la anemia, áreas que sí necesitan un apoyo real y urgente.

El fracaso de la selección peruana no es casualidad, sino la consecuencia de una dirigencia que ha blindado a sus amigos y marginado a los profesionales capacitados. El fútbol nacional necesita un cambio profundo, que empiece por la salida de Lozano y por el fin de las designaciones arbitrarias.

Solo con profesionales idóneos, planificación seria y una gestión transparente se podrá reconstruir la esperanza de volver a competir al más alto nivel. De lo contrario, la camiseta blanquirroja seguirá manchada por el fracaso, el desorden y la desilusión.

Alfredo Rosell G.

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